Aunque el próximo día 27 es el Día del Turismo, creemos que debería celebrarse durante toda la semana como una gran fiesta de unión entre todos los pueblos. No hay nada más que pueda unir en estos momentos, cuando en el mundo hay tantas discrepancias e incomprensiones de unos con otros, que un símbolo de paz como el hecho turístico para mitigar tanta injusticia e insolidaridad.
Las televisiones de todo el mundo transmiten, muchas veces, «en vivo y en directo», guerras, confrontaciones, hambre, desplazamientos de familias y pueblos enteros, etc., que, por unas razones u otras, sufren afrentas, desgracias, muertes y heridos que les afectan directamente a los suyos, a sus vecinos, a mujeres, niños, personas mayores, etc. causando tragedias, difíciles de comprender. Es como si nos trasladáramos a épocas remotas donde el ser humano todavía no había evolucionado.
En el Día del Turismo no podemos dejar de recordar a esos países, destinos turísticos, consolidados o emergentes, que han perdido o atenuado una fuente de ingresos fundamentales para sus ciudadanos. Los turistas huyen de la inseguridad y de la miseria que acarrean situaciones de descontrol donde no hay más que peligros que afectan a las personas y a las cosas.
España, afortunadamente, a pesar de la crisis y otras tentaciones de algunos para «remover el suelo», ha llegado al mes de agosto con un crecimiento apreciable, sobre todo por el turismo internacional y, una vez más, demuestra la fortaleza del destino y de sus empresas.
Un destino que deberá hacerse cada vez más sostenible, pues sus posibilidades son imparables si nos olvidamos de las ocurrencias de algunos, cuyo objetivo es crear problemas donde no los hay. Todo se puede hablar, dialogar o discutir, pero mal camino llevaríamos si queremos repartir la tarta que es menos grande de lo que se imaginan algunos, aunque sus objetivos se encaminen a mantener poder y dinero.
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